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20 de enero de 2010

A solas DE LETRAS. María Torres Ponce

Milenio Puebla
María Torres Ponce
Quiero redimir a una mujer mexicana que supo mirar el quehacer femenino desde otra perspectiva, que le permitió evidenciar el sometimiento y la sumisión como rasgos de valor social de las mujeres de su tiempo, que rescató en su poesía como seres valientes y dominantes.
Laura Méndez de Cuenca, cuyo nombre completo es María Luisa Elena Méndez Lefort, nació en 1853 cuando en el país se gestaba la propuesta de La Reforma. Una época en donde las aportaciones filosóficas como el positivismo correspondían al desarrollo de la modernidad capitalista e industrial. En 1888, bajo el régimen de Porfirio Díaz, se cerraba un siglo que no se podía olvidar precisamente, porque era el tiempo que había costado una nación, y se abría otro periodo que provocaría otros movimientos e inquietudes y también otros intereses, todo por una sola convicción: México. Con el triunfo de los liberales llega el Modernismo. Pese a las luchas civiles, los artistas e intelectuales se enfrascaron en un debate para definir los nuevos rumbos nacionales y el perfil que el país debería desarrollar en una nueva etapa de su vida.
Es en este contexto que la escritora disputa un lugar dentro de las letras mexicanas. La presencia de la mujer dentro de la cultura, no sólo mexicana, ha sido inadvertida y soterrada. Por lo que su escritura “transgredió” los límites del mundo femenino de acuerdo a los modelos patriarcales. Su labor literaria la involucró desde muy joven en círculos intelectuales, donde conoció a destacados escritores como Manuel Acuña, quien fuera su marido; y al poeta Agustín F. Cuenca, su segundo marido.
Méndez ejerció la profesión de maestra normalista. Asistió a Congresos internacionales de pedagogía representando a México. Participó en la creación de los primeros jardines de niños en 1903, junto con Estefanía Castañedas. Su consagrada y sobresaliente labor la condujo a formar parte del comité de profesores que viajaron a Estados Unidos para recibir capacitación sobre los nuevos métodos de enseñanza.
Su ideología la expresó con palabras y también con actos, que defendieron una causa justa como en 1918 en la primera huelga de maestros exigiendo un mejor salario, por lo que fue cesada. Sin embargo, su participación no fue en vano, ya que firmó un beneficioso acuerdo con Venustiano Carranza.
Su fuerza poética se siente en “Siemprevivas” y “Nieblas”, como en esta estrofa: “Ni gracia pido ni piedad imploro: ahogo a solas del dolor los gritos, como a solas mis lágrimas devoro.” Se destacó también por su labor periodística. Publicó El espejo de Amarilis, Simplezas, Un rayo de luna, La venta del Chivo Prieto, El hogar mexicano y La pasión a solas, entre otras más.
El reconocimiento de su producción es una tarea inminente y presente que merece un registro literario. Vista a la distancia, desde nuestros días, su labor y su significación en la cultura mexicana, entendida no sólo desde la versión oficial o como la que producen sus representantes, sino como el resultado, también, de la actividad de las mujeres, que pese a su participación constante y decisiva, apenas hace algunas décadas empiezan a ser nombradas y reconocidas como agentes de la historia.

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