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22 de abril de 2010

El color de la forma. María Torres Ponce

Milenio Puebla

DE LETRAS
Juana de Asbaje, Sor Juana Inés de la Cruz, fue la figura más relevante, polémica y enigmática del siglo XVII. Sí, una mujer excepcional que se enfrentó a un mundo de hombres en donde el conocimiento era exclusivamente de y para ellos; pero ella lo quería también, pese a que las instituciones culturales generadoras y transmisoras del conocimiento estaban veladas para la mujer. Juana lo consiguió.


Sobre la monja se ha escrito, comentado, estudiado, investigado, ensayado en muchas ocasiones, en distintas y diferentes épocas y lenguas. Su momento histórico y estético fue el periodo barroco proyectado hacia al Romanticismo que alcanza hasta nuestros días. Y justamente para festejar su tránsito terrenal con el regocijo de la herencia que legó como en "Primero sueño", en el cual las imágenes juegan con las luces que iluminan las palabras al unísono con los conceptos que viven en el alba y la oscuridad, en el cuerpo y el alma, en el ascetismo y misticismo, en la visión y la ceguera, en los 975 versos libres rimados en once y siete sílabas, con el hipérbaton que enuncia la fuerza del conceptismo en un solo sueño para ascender, sólo para ascender a la punta de la pirámide y descender al mundo iluminado.

Su obra es completa y franca para explorarla a partir de la forma artística, que sólo busca e intenta enunciar el interior del ser humano como correspondía en el barroco, movimiento considerado como el más estético, quizás porque el hombre logra una conciencia que cohabita con la sensibilidad. La forma como lenguaje es color, énfasis, métrica, abundancia y ornamentación. Color del que Sor Juana llenó su poesía, recreándose a sí misma y a su entorno con la forma que construye el lenguaje en la constante e inagotable búsqueda que el hombre ha indagado en el túnel del inconsciente.

El ejercicio literario de Sor Juana sigue vigente en la alegoría inagotable que compone su obra. La nostalgia, rasgo implacable del romanticismo, recuerda una vez más a esta poetisa, así, sin adjetivos que la califiquen, simplemente como en su "Primero sueño": soñar, dejando de lado su función de verbo; soñar se puede convertir en un adjetivo tan intenso y profundo para el soñador justamente, porque ahí la actitud que se asume ante la vida es precisamente el viaje, ese viaje a sí mismo, al interior, en donde las divergencias se concilian con las convergencias que la literatura, como la vida, ofrece como lo hizo Juana de frente a su tiempo.

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