La Historia de esos días

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4 de enero de 2010

Zozobra en Cuetzalan ante el rumor de la llegada de liberados por la masacre de Acteal

La Jornada de Oriente


MARTÍN HERNÁNDEZ ALCÁNTARA

La construcción de un complejo habitacional en la junta auxiliar de Tepetitán Reyesogpan, en el municipio serrano de Cuetzalan del Progreso, ha generado zozobra en pobladores y autoridades enteradas del rumor de que en ese sitio podrían ser reubicados, con sus familias, los 29 presos liberados por un dictamen de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), implicados en la matanza de 45 personas –18 niños entre ellos– en Acteal, Chiapas, hace 12 años.

Hasta ahora, ni el ayuntamiento de Cuetzalan ni el gobierno del estado de Puebla tienen información oficial sobre el nuevo asentamiento que comenzó a edificarse a mediados del año pasado cerca de la carretera que conduce de la cabera municipal a Reyesogpan, y la cual parece estar basada en un proyecto de viviendas de interés social, modelo alejado de las moradas que suelen usarse en comunidades indígenas del municipio poblano, pero también en localidades indígenas chiapanecas.

Tampoco los vecinos ni las autoridades comunales y del Poder Ejecutivo de Puebla se atrevieron a aventurar declaraciones a esta casa editorial sobre el asunto, aunque, amparados bajo la gracia del anonimato, admitieron que hay dos versiones sobre el uso que se dará al terreno de Reyesogpan: la primera es que ahí pueden ser reubicados ciudadanos de Zacatipan, otra comunidad cuetzalteca y que el proyecto tiene recursos del Fondo Nacional de Desastres Naturales (Fonden).

El otro es que en el mismo sitio, junto a los reubicados de Zacatipan, llegarán indígenas originarios de Chiapas, aunque no se ha precisado de qué comunidad procederían.

Sin embargo, como el rumor sobre el presunto arribo de chiapanecos comenzó a correr a mediados de agosto de 2009, en los días posteriores al 12 del mismo mes, cuando la SCJN ordenó la liberación del primer grupo de 20 indígenas presos por la masacre de Acteal, hubo especulaciones que continúan hasta hoy, acerca de que los ex presidiarios y sus familias serían los nuevos ocupantes del complejo habitacional que se edifica en Reyesogpan.

A esas elucubraciones abonan otras, como la de que el gobierno federal pretende reubicar a los recién liberados y sus familias en una zona similar a la de su lugar de origen, es decir, una zona indígena con un ecosistema similar al de la región de Acteal de Chiapas y que las localidades que se han propuesto están en Puebla, Veracruz y Oaxaca.

Lo cierto es que activistas y autoridades consultadas por este periódico coinciden en que si se confirma el rumor de que se planea llevar a los liberados por la masacre de Acteal y sus familias a Cuetzalan, habrá un fuerte movimiento de oposición social, porque no hay del todo confianza sobre su inocencia y muchos siguen considerando a los expresidiarios como paramilitares.



La masacre



El 13 de agosto de 2009, Hermann Bellinghausen, el enviado principal de La Jornada a Chiapas desde que inició el alzamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en 1994, publicó en el mismo diario la historia de la masacre de Acteal, cuya parte nodal se transcribe a continuación:

“Era la madrugada del 23 de diciembre de 1997. Quizá las 5:30 o 6 de la mañana. Estaba oscuro. Una columna de vehículos civiles y de la Policía, camionetas, carros y ambulancias descendían de los Altos procedentes de Acteal. Los seguía en su carro el corresponsal de La Jornada Juan Balboa. Nos contó que allí iban los cuerpos, rumbo a Tuxtla Gutiérrez, y que él iba a seguir el convoy. Lo había topado más arriba. Los muertos, que todavía no acabábamos de contar, resultarían ser 45, observados sólo por los que los llevaban y luego por los forenses.

“Enviados por el gobernador Julio César Ruiz Ferro, los funcionarios responsables del operativo de limpieza (Jorge Enríque Hernández Aguilar, David Gómez Hernández, Uriel Jarquín Gálvez y sus agentes del Ministerio Público) habían hecho algo insólito: desmontar la escena del crimen. Ahí escuché por primera vez la consigna que traían: antes de que lleguen los reporteros.

“Nadie de prensa había subido todavía a Chenalhó por recomendación de uno de los sobrevivientes la noche anterior en el hospital regional de San Cristóbal de las Casas: No vayan de noche. Siguen disparándoles a los carros desde Acteal Alto. Le creímos.

“Mientras las evidencias materiales de la masacre descendían al valle de Tuxtla para perderse en la bruma burocrática durante todo un día (clave), proseguimos hacia el lugar de los hechos el corresponsal de la agencia Reuters Jesús Ramírez Cuevas, el antropólogo Arturo Lomelí y quien esto escribe. En las últimas semanas habíamos recorrido ese camino incontables veces.

“Tras dejar atrás Chenalhó y Yabteclum sin un alma, llegamos a un conmocionado pueblo de Polhó, ya entonces inmenso campamento de refugiados zapatistas. Los sobrevivientes de la matanza estaban concentrados en la sede autónoma. Niños, ancianos, adultos. Creo recordar que todos lloraban. Muchos nos rodearon, soltando en tzotzil sus distintas historias y lamentos, y alguien nos traducía en lo posible. Muchos estaban bañados en sangre, no la suya, sino la de los muertos y heridos. Un niño como de 10 años, ileso, llevaba la blusa ensangrentada por sus padres muertos encima de él, de manera que le salvaron la vida.

“De allí seguimos a Acteal, pocos kilómetros adelante. Nos guiaban un joven zapatista y un miembro de Las Abejas, quien tenía además la encomienda de encontrar a una niña y una anciana que faltaban (aparecerían vivas entre los refugiados poco después). Ya conocían la lista de sobrevivientes, la de los heridos y, por evidencia o deducción bastante precisa, la de los muertos. El gobierno tuvo que reconocer ese mismo día que habían fallecido 45 indígenas, con edad y sexo. Para el gobierno carecían de nombre. Los devolvió numerados.

“En el primer paraje de Acteal, sobre una loma, el campamento de desplazados zapatistas estaba desierto. Todos estaban en Polhó. Poco más adelante encontramos a dos policías con uniforme y sin insignias. Después supimos quiénes eran. Uno, el comandante Roberto García Rivas, con cara de circunstancia, tratando de verse solícito y tranquilo, nos respondió que sí oyó los disparos el día anterior, pero le parecieron normales, aquí así se matan, y que no recibió la orden de intervenir. Restaba importancia al hecho como si le sorprendiera la cantidad de cadáveres sacados del terraplén del campamento. Ignoro si el comandante bajó en algún momento al lugar de los hechos.

“A nuestras espaldas, hacia arriba, en Acteal Alto, asomaban hombres tratando de no dejarse ver. Son ellos, señalaron nuestros guías. Nadie dudaba que estaban armados.

“Descendimos la barranca, mal llamada Campamento Los Naranjos, nombre que no tendría por qué significar nada. Ni siquiera existir. La vegetación circundante la recuerdo ajada, pisoteada, rota. Las pobrísimas casuchas y lonas de los refugiados estaban destruidas. Al fondo de una pequeña cueva aún había prendas ensangrentadas; el hombre de Las Abejas reconoció de quiénes eran. La maleza que descendía con la barranca hasta el río abajo mostraba con sangre el trayecto de huída, o caída, de los sobrevivientes, que luego subieron a Polhó a guarecerse con los zapatistas.

En ese momento ya era imposible reconstruir la escena del crimen; lo que podía aún hacerse (ignoro si ocurrió, pero lo dudo) era rehacer la modificación realizada por órdenes de los enviados del gobierno. La escena de ese delito sí estaba intacta.

“Allí escuchamos los primeros relatos in situ, sobre todo en boca del hombre de Las Abejas. Aquí estaba tal o cual persona, aquí quedó otra, por allá bajaron los atacantes, los agredidos reaccionaron de tal o cual modo, y cómo unos permanecieron en la ermita (es un decir: todo era rudimentario) donde los alcanzó la muerte.

“Ni el encuentro con el comandante García Rivas (pronto caería preso) ni el testimonio inmediato de los sobrevivientes, ni el ambiente de hermandad entre zapatistas y abejas en esos momentos, ni el lugar de los hechos sugerían, ni como hipótesis, la posibilidad de fuego cruzado, enfrentamiento o remate. Sólo se sabe que la Policía había disparado al aire para protegerse (al menos eso sostienen en las versiones a la Procuraduría General de la República), y que los paramilitares hicieron todos los demás tiros.

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