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12 de diciembre de 2010

La heroína irrumpe en Puebla

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La heroína irrumpe en Puebla

En una década, se convirtió en el cuarto estado donde los Centros de Integración Juvenil atendieron a más adictos por consumo de heroína, sólo abajo de Chihuahua, Baja California y Nayarit
Domingo 12 de diciembre de 2010Alejandro Suversa | El Universal
IGNACIO ROMERO VARGAS, Pue.— La heroína migró hace 20 años a este municipio auxiliar de la capital poblana. No vino sola, un migrante la trajo de Nueva York en la víspera de Navidad y se la presentó a varios vecinos. Con el tiempo, literalmente ella se encargó de cicatrizar y envenenar Pueblo Nuevo, como se le conoce en Puebla a este lugar, donde hoy se calcula que casi la mitad de los ocho mil jóvenes entre 12 y 23 años son adictos a esta droga.
Comenzó por venir dos veces al año, en las fiestas de Semana Santa y decembrinas, cuando regresaban los migrantes a casa, pero después se instaló de forma permanente y hoy ha convertido a Puebla en la cuarta entidad donde los Centros de Integración Juvenil (CIJ) han reportado más casos de su uso alguna vez en la vida, por debajo de Chihuahua, Baja California y Nayarit.
Durante años la droga se había mantenido en los estados de la frontera norte, pero en 1999 fue detectada en Puebla por la Subdirección de Investigación del CIJ, que depende de la Secretaría de Salud. Rarezas de la vida, porque viajó desde EU para destruir la vida en este pedazo conurbado de Puebla.
La heroína ha ido llenando al municipio de Ignacio Romero Vargas de tecatos, palabra que aquí es utilizada para nombrar a los heroinómanos. Se ha apoderado de ellos, nada se mueve sin considerarla. Se roba, se pide dinero en las calles, se hiere, se muere por ella, se intercambian jeringas. Se pierde la dignidad, la familia y el trabajo. De su parte no hay misericordia, apenas el cuerpo la empieza a desechar castiga con escalofríos, vómitos y diarreas en algo que aquí llaman la malilla.
Focos de alerta
Los mensajes de alerta comenzaron a llegar en 2002, cuando en la ciudad poblana se estableció el Consejo Estatal Contra Adicciones de Puebla (Cecap) y varios de sus coordinadores quedaron sorprendidos, porque el primer paciente que llegó fue un adicto a la heroína. “Estábamos preparados, habíamos tomado cursos en otros institutos, pero no sabíamos qué hacer con esa adicción”, dijo Patricia Conde Lamegos, coordinadora de programas de adicción de ese organismo.
Mientras tanto, la heroína hacía suyo Romero Vargas. Destruía todo lo que estaba a su paso.
Muchos jóvenes, mujeres y hombres tienen cicatrices de consumo, pero también de desesperación, de cortes en los brazos en intentos fallidos por quitarse la vida.
Por aquellos años, Irene, la esposa de uno de los principales dealers de ese lugar, había agarrado un lazo para colgarse de una varilla que salía del techo de su casa. La desesperación y la ausencia de venas visibles para inyectarse la droga la condujeron a atarse la soga al cuello y dejarse caer de la silla.
Ella había compartido siete años de su vida con un hombre que durante ese tiempo distribuyó heroína en Romero Vargas, el municipio que mantiene a Puebla en los primeros lugares de consumo. El presidente municipal Adrián Cocoletzi reconoce que este lugar es un foco rojo y que por lo menos hay seis puntos de venta de heroína identificados y denunciados ante las autoridades locales y federales. “El problema es que no hay respuesta”, dice.
Hoy es un día normal en este municipio tragado por el crecimiento de la ciudad de Puebla, desde donde se pueden ver los volcanes Popocatépetl, Iztaccíhuatl, el Pico de Orizaba y el cerro de la Malinche.
Javier está a punto de entrar en la malilla, pero conseguir la heroína es fácil si se considera que una “cura” —dosis mínima— cuesta sólo 50 pesos.
Esteban G., líder de un anexo para adictos llamado Liberación, dice que en los últimos años el consumo de heroína se ha incrementado de manera alarmante en Romero Vargas.
El 90% de los pacientes que llegan para curarse de una adicción, detalla, son consumidores de heroína.
Actualmente existen más de 20 grupos para adictos en Puebla, pero las disposiciones legales les hacen la tarea más difícil para trabajar con pacientes de heroína. Ellos no pueden suministrar dosis controladas para los adictos que se internan, porque no está permitido, pero lo tienen que hacer, a menos que la familia esté dispuesta a comprar un tratamiento de metadona que tiene un valor de mil 700 pesos.
El médico Jorge Fuentes, líder del grupo Santa Cruz Victoria, dice que casi la mitad de los jóvenes que existen en Pueblo Nuevo consume heroína. En lo que va del año ha atendido a 50 pacientes por complicaciones, pero desde que inició funciones van más de 300. El grupo sólo trabajaba con alcohólicos, pero en los últimos ocho años tuvo que empezar a atender heroinómanos. Aunque reconoce que hace dos meses los dejó porque robaron un proyector.
Bruno Díaz, subdirector de Investigación de CIJ, dice que un consumidor de drogas tarda en promedio 10 años en pedir ayuda a algún centro contra adicciones y además es difícil tener información certera de consumo, porque las familias siguen ocultándolo.
Vida modificada
La vida en Romero Vargas se ha modificado. Hoy decenas de adictos salen a las calles en busca de dosis que les quiten el malestar. Pocos piden apoyo a los centros de drogadicción y según registros de grupos de ayuda, sólo uno de cada 70 pacientes se rehabilita.
Juan, un joven de 32 años, se sometió a un programa para poder abandonar la droga. Comenzó por fumar heroína cada 15 días, después cada ocho y luego diario. Noche y día. Dice que su familia le echaba en cara que andaba correteando a la muerte. Se había vuelto un ladrón en su propia casa. Le robaba el celular a su esposa, vendía cualquier aparato que encontraba. Su madre lo agarraba a palazos, le achacaba que ya no le importaban sus hijos.
Chogüis probó la heroína a los 17 años. Diez años después se descubría encerrado en un cuarto debajo de un foco, desesperado por encontrarse una vena para inyectarse. La última vez estuvo así desde las cinco de la tarde hasta las cuatro de la mañana.
Ambos son de Romero Vargas y dicen que anteriormente los adictos esperaban con ansia las fiestas de Semana Santa y navideñas para drogarse. “Muchos esperaban con ansia que vinieran los que se habían ido para Estados Unidos. Cuando llegaban salía gente por todos lados”. Después alguien del pueblo contactó la droga producida en México y comenzó a vender dosis entre sus conocidos.
Por la adicción, Chogüis necesitaba dinero diario. Le pagaban por quincena, así que la malilla lo obligaba. Perdió el trabajo y estuvo viviendo en las calles, se drogaba en lotes baldíos, en la vía del tren. Frente a un espejo se ponía un cinturón apretado al cuello para resaltar la vena que le hace zigzag en las sienes de la cabeza. A partir de que se inyectaba, tenía dos horas para conseguir el dinero de la siguiente dosis.
Pierden todo
Irene, la esposa de un dealer —hoy encarcelado— es compañera de ambos en el grupo de ayuda Liberación. Dice que llegó a consumir hasta 800 pesos cada día. “Los dos nos drogábamos, yo me la fumaba, él se la picaba. La casa olía a droga, a sucio”, dice. No importaba que sus hijos la vieran. Incluso, le pedía ayuda a su hija mayor para inyectarse en lugares que ella no podía ver. Duró siete años con su esposo. Ella no sólo abandonó a sus hijos sino a toda su familia. Nadie sabía dónde estaba. Robaba. Hoy, ya recuperó la dignidad.
Patricia Conde, coordinadora del programa de adicciones del Cecap, afirma que en tres años han atendido a 80 pacientes y que hay familias donde todos los hijos son consumidores de heroína. Actualmente, de las 28 camas de pacientes en recuperación, 20 son por adicción a esa droga.
A Romero Vargas le dicen ciudad Gótica porque de noche salen los adictos. Cerca de unos campos de futbol está René, tiene muletas porque lo atropellaron cuando pedía dinero para su “cura”. En 2000 quiso ir a EU para trabajar e intentar seguir con sus sueños, pero cuando llegó a Tijuana, lo primero que hizo fue buscar heroína. Se consumió todo el dinero que llevaba para pagar al pollero que lo pasaría de forma ilegal y regresó derrotado. Lleva 17 años en las manos de la heroína. Ella manda. No la odia, más bien dice que se enamoró del infierno.

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