La Historia de esos días

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3 de septiembre de 2009

Forma de vida. María Torres Ponce

2009-09-03•Cultura
.La muerte de Charles Baudelaire, ocurrida el 31 de agosto de 1867, fue un quebranto para las letras universales. Su desasosiego intelectual lo condujo a esa búsqueda vital para encontrar las respuestas tan sólo en la escritura. Esa ansiedad desmesurada, provocada por una individualidad romántica que se desenvuelve y de la que resulta el simbolismo para evadir la realidad. Así vivió hasta sus últimos días preso de la sífilis, pero lúcido, dando cuenta de la condición del ser humano.

Su compulsión lo encaminó a la bohemia, en donde sus excesos encontraron el sitio adecuado para explayarse sin medida. Su intelecto rebasaba la realidad, al grado de localizar en ese mundo de tormento un consuelo en los valores sensuales de la estética que derivaron en fantasías auditivas y visuales y en sinestesia de impresiones, por lo que esta visión tan individual como el “yo” recluido en la intimidad, en ese exilio social, verdaderamente existe para ser. Baudelaire logró transfigurar el sufrimiento en perpetua ensoñación que le permitiera una reconciliación con la vida, aunque fuera momentánea.

Esta oscilación intelectual lo ubicó como uno de los "poetas malditos". Dentro del simbolismo francés es el más destacado y célebre por su poemario Las flores del mal, publicado en 1857, del cual fueron prohibidos algunos poemas por su irreverencia. A continuación transcribo dos estrofas del poema "La destrucción":

"A mi lado sin tregua el Demonio se agita; En torno de mí flota como un aire impalpable; lo trago y noto cómo abrasa mis pulmones. De un deseo llenándolos culpable e infinito. Toma, a veces, pues sabe de mi amor por el Arte, de la más seductora mujer las apariencias, y acudiendo a espaciosos pretextos de adulón, mis labios acostumbra a filtros depravados…"

Su actitud simbolista se basó en "el arte por el arte", con el rescate de la excelencia formal de la retórica, en un acto que encierra ese secreto de la existencia que rebasa la realidad y tan sólo se convierte en un símbolo. Un símbolo que oculta quizás esa aberrante respuesta que la humanidad busca y, al final, no la quiere encontrar, porque su monstruosidad podría ser fatal.

Charles Baudelaire logró transfigurar el sufrimiento en una perpetua ensoñación que le permitiera una reconciliación con la vida, aunque fuera momentánea. Su destino era espiritual, pero también era una aventura humana en donde los dos hacían de la estética una forma de vida.

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