La Historia de esos días

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8 de mayo de 2011

“La oposición también es parte del problema”

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Crónica: Marcha por la Paz / Segundo día


Javier Sicilia advierte que la sociedad no dejará de pedir que se cambie la estrategia de la guerra contra el crimen, pero exige a los políticos que no aprovechen este movimiento para golpear al gobierno federal.
    Milenio Puebla 2011-05-07•M.P.

El poeta Javier Sicilia en un descanso de los manifestantes que ayer llegaron a Topilejo.
El poeta Javier Sicilia en un descanso de los manifestantes que ayer llegaron a Topilejo. Foto: Mónica González
Topilejo. Día dos de la marcha nacional por la paz. Ruta: Coajomulco, Morelos-Topilejo, Tlalpan. Recorrido: 25 kilómetros. Contingente: 700 personas, diez autobuses y decenas de vehículos.
Pueblo de Coajomulco. 7:15 de la mañana. El poeta Javier Sicilia se reúne con los reporteros antes de desayunar en el patio de la ayudantía municipal. Dice congratularse del saludo que el Presidente envió a quienes marchan por la paz desde el jueves. Considera que eso “flexibiliza el discurso”. Un día antes Sicilia había protestado por el mensaje televisivo del miércoles emitido por Felipe Calderón, el cual le sonó a reproche dirigido hacia la sociedad. Pero Sicilia advierte:
“Eso no significa que la sociedad dejará de insistir en que la estrategia de la guerra contra el crimen organizado debe cambiar”.
Luego, sonriente, les envía un mensaje a los confusos, a los que creen que la marcha es simplemente antigubernamental: les exige a los políticos, en particular a los de oposición, que no aprovechen la marcha ciudadana para golpear al gobierno federal. “Ellos, con sus omisiones, con su corrupción, con la falta de reformas aprobadas, son parte del problema también”.
Asimismo, el escritor les hace un llamado a los ciudadanos cuyo hartazgo los ha llevado a hacerse justicia por su propia mano: “El linchamiento no. Nunca la venganza. Todos acabaríamos ciegos y chimuelos”. Y pide: es necesario construir un muro “del holocausto” de la guerra contra el crimen organizado, donde estén los nombres de todos los muertos, los cerca de 40 mil que han sido ejecutados hasta hora. Todos. Y demanda: “A los muertos que eran inocentes (los que caen en fuego cruzado, por ejemplo), a sus familias, el gobierno los debe indemnizar”.
Luego del verbo, todos a desayunar el chicharrón, el arroz rojo, las tortillas, los huevos duros, el café con canela que prepararon desde las cuatro de la mañana las mujeres de Coajomulco.
Y vendría la segunda jornada de la marcha. El día de los muertos anónimos, las historias de los ejecutados comunes, cuyas familias no son famosas, y se duelen lejos de los reflectores…
***
El hombre viene del norte del país. De Sonora. Tiene una apariencia peculiar: se ha pegado una muñeca a su oreja derecha, como una inverosímil arracada gigantesca. Un enorme arete que es una Barbie. Y lo hace, dice, en memoria de todos los menores muertos por la violencia del crimen organizado, y por los pequeños caídos a causa del fuego cruzado entre efectivos del gobierno y criminales. Pero además, este hombre tiene otra peculiaridad: es hermano… de un narco. Un narco, cuenta, de los de antes. Un narco… bueno. Un narco que jamás ejecutó a civiles, que nunca permitió secuestros ni extorsiones como negocio paralelo al trasiego y venta de estupefacientes. Serio, con voz norteña, Juan Carlos sentencia:
—Los narcos de ahora ya no tienen ética. Ya no tienen códigos. Perdieron el estilo, la palabra. Ya copiaron el terror de los colombianos, en lugar de tener códigos sicilianos de respeto…
En la marcha por la paz, todos caben…
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Es día de los muertos anónimos. Los ajusticiados sin renombre…
El hijo de este hombre moreno era conocido en Nuevo León como El Vaquero Galáctico. Era un performancero, una especie de mimo. El 25 de febrero fue levantado por policías locales. Nadie sabe por qué. El padre del desaparecido Melchor Flores, de 25 años, dice con lágrimas en los ojos que no pierde la fe de que algún día aparezca y que pueda retornar a su natal Estado de México. Por eso viene a la marcha, para pedir que alguien lo ayude. Él y su hijo, víctimas sin fama de la violencia…
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Se llamaba Pablo Gnuyen Chilián Espinoza. Tenía 37 años. Era originario de Puebla. Vendía camisetas. El 10 de diciembre de 2009 fue asesinado en Poza Rica, Veracruz. Unos supuestos policías lo detuvieron, lo llevaron a un terreno baldío, y lo empezaron a golpear, y como el joven fornido se defendió, lo mataron a palos. Le fracturaron las extremidades y lo dejaron con contusiones múltiples, recuerda su padre. “Me jodieron la vida. Me deprimí tanto que me iba a suicidar. Iba en el coche para aventarme a un barranco. Al final pensé que tenía tres hijos más y me arrepentí”.
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Paris Carreón Baltazar era pintor, hip hopero y graffitero. Lo mataron a los 22 años. Las autoridades le dijeron a su madre, que viene en la marcha de la paz… que lo atropellaron. Sólo que su cuerpo… no tenía rastros de tal cosa. “Cómo es posible que gente sin arte mata a la gente del arte impunemente”, concluye en lágrimas Soledad, su madre.
Los muertos sin renombre de la marcha por la paz...

Juan Pablo Becerra-Acosta M.

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